Mujer subterránea:

Supongo que sabes el nombre de todas las estaciones del tren metropolitano, te observo cantar cada una sin repetir ni equivocarte como si fueras la locutora robot que lanza la próxima parada de la línea urbana. Por otro lado simplemente puede ser nerviosismo, propio de la mujer solitaria que ve la mesalina en el reflejo del vidrio oscuro del túnel largo, mira, mira que eres bella mujer. Mira como los otros te siguen de reojo y yo observo como miran tus caderas, tus largas y descaradas piernas, la abertura que logran tus senos, el brillo de tu pelo.
Pero cuando repites la estación, con esa memoria de prodigio, me da la idea que no tienes intención de llegar, es que simplemente te quedas sepultada en el trajín de los que entran y salen, con los ojos clavados en el horizonte de concreto, en las luces difuminadas figuras desconocidas, te sostienes en el barrote cromado que no permite decender aun más.
Tienes algo que es parte de un sueño que tuve hace algunas noches, eras la bella partera de una generación de sujetos que con los años de volvieron indecentes, hombres y mujeres que carecían de identidad, todos iguales en sus precarias posiciones. En ese sueño tú los traías al mundo, los jalabas desde las piernas ensangrentadas de la matriz única que ni nombre, si señas de identidad asignada y tú con un tierno bautizo les llamabas.
Quise ser objeto de tu salvador gesto.
En qué estación te quedas. Te sigo tanto tiempo en este viaje.

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