Sobre: "El palacio de la luna" de Paul Auster
UNO. No me canso de pensar que todo está en la hoja del loto. Es una idea que tiene al menos cinco mil años, y de simple tiene mucho de intrincado, en especial en la filosofía oriental y que ostenta –como idea, la hoja del loto- la condición de precedente de todo el universo.
En otro momento, Borges describió una reflexión que le persiguió desde las primeras décadas de vida creativa y dice algo así como que todas las combinaciones de palabra han sido ya exploradas, suministrando las frases que en este texto, por ejemplo, se han ya explotado por otros muchos en distintos momentos desde siempre.
Entre la primera y segunda idea existimos sujetos que volvemos a reinventar –pretenciosamente- el todo colocando cada combinación a disposición de algún lector desprevenido que presienta ésta como única, y si estamos con suerte, novedosa disposición de palabras.
Todo esto para entender el ámbito de las obras literarias que son parte de la esencia de la naturaleza de las cosas (la hoja del loto) y a la vez es una historia ya descrita desde siempre (la combinación de letra, palabras y frases).
Paul Auster nos adentra en la aventura del camino de la transformación, del cambio perpetuo de la materia y de los seres que nos constituimos de 90 % de materia, la misma de la hoja del loto.
DOS. Marco cae en un abismo, suponiendo él que la tierra y sus habitantes le han abandonado, que la soledad es la eternidad obligada de un paria sin arraigo, un castigo por las decisiones mal tomadas por él y de su ascendencia.
Pero ahí viene el supremo instante, el milagro –que en todo caso no ha llegado a todos los desdichados que habitan la corporalidad infeliz de este mundo.
“Yo había saltado desde el borde del acantilado y justo cuando estaba a punto de dar contra el fondo, ocurrió un hecho extraordinario: me enteré de que había gente que me quería…”.
Reflexiona mientras se descarrilaba hasta el último escalón de la escala que lleva a su infierno.
Pero la naturaleza humana está constituida de la hoja de loto, el material que ha permitido la existencia del universo, además dotada de conciencia de tal condición. Esta suma de características, más las particulares condiciones del personaje hacen de su viaje una metáfora de la fuerza de la sobrevivencia.
Indudablemente que tal cosa, y en respeto de los millones que luchan día a día en cientos de rincones del mundo y que no tienen las estructuras de entorno que puedan facilitar tal asenso, que la metáfora será solo eso en la medida que construyamos un mundo menos frágil para ese ser humano desdichado.
En lo que cabe para nuestro personaje, la maravilla es que después de camino más o menos azaroso, que lo lleva a vivir de la sobras de los otros en ese émulo de la sociedad de consumo, la ciudad de Nueva York, que además vive un tiempo tan particular (el contexto histórico, la llegada del hombre a la Luna a fines de la década del sesenta).
TRES. Sobrevivir es una cosa, pero juntar los pedazos, reconstruir e inventar nuevos caminos y descubrir esas respuestas a las interrogantes que afligen el alma, esa es otra historia. Y efectivamente Auster nos entrega una segunda versión, un conflicto que se muestra de manera parcelada, con aproximaciones que van entregando indicios del destino que tiene a Marco a su merced, piezas que se mueven en un modelos no prefijado pero que suena menos de azaroso, casi mágico pero difícil de concebir.
Le llamamos confluencias. Ese aliento que nos coloca en el camino del otro, y nos hace coincidir sin razón aparente. Pero podría ser algo más. La respuesta a las vibraciones de sonidos que llamamos palabras y que se vinculan con el entorno de tal forma que esos hechos se dan de manera equilibrada.
Marco está simplemente vinculado a su entorno, no tiene forma de safar de esa relación.
La novela que se reseña tiene tanto de confluencia en la existencia de sujetos en el mundo, que buscan el sentido de las cosas que se dan en ese entorno.
Marco al fin descubre que todo el devenir de un hombre confluye, aunque sea de manera mínima, en la existencia de otro u otros. Esa es la maravilla de constituir parte de la misma materia. Hija del loto somos.
En otro momento, Borges describió una reflexión que le persiguió desde las primeras décadas de vida creativa y dice algo así como que todas las combinaciones de palabra han sido ya exploradas, suministrando las frases que en este texto, por ejemplo, se han ya explotado por otros muchos en distintos momentos desde siempre.
Entre la primera y segunda idea existimos sujetos que volvemos a reinventar –pretenciosamente- el todo colocando cada combinación a disposición de algún lector desprevenido que presienta ésta como única, y si estamos con suerte, novedosa disposición de palabras.
Todo esto para entender el ámbito de las obras literarias que son parte de la esencia de la naturaleza de las cosas (la hoja del loto) y a la vez es una historia ya descrita desde siempre (la combinación de letra, palabras y frases).
Paul Auster nos adentra en la aventura del camino de la transformación, del cambio perpetuo de la materia y de los seres que nos constituimos de 90 % de materia, la misma de la hoja del loto.
DOS. Marco cae en un abismo, suponiendo él que la tierra y sus habitantes le han abandonado, que la soledad es la eternidad obligada de un paria sin arraigo, un castigo por las decisiones mal tomadas por él y de su ascendencia.
Pero ahí viene el supremo instante, el milagro –que en todo caso no ha llegado a todos los desdichados que habitan la corporalidad infeliz de este mundo.
“Yo había saltado desde el borde del acantilado y justo cuando estaba a punto de dar contra el fondo, ocurrió un hecho extraordinario: me enteré de que había gente que me quería…”.
Reflexiona mientras se descarrilaba hasta el último escalón de la escala que lleva a su infierno.
Pero la naturaleza humana está constituida de la hoja de loto, el material que ha permitido la existencia del universo, además dotada de conciencia de tal condición. Esta suma de características, más las particulares condiciones del personaje hacen de su viaje una metáfora de la fuerza de la sobrevivencia.
Indudablemente que tal cosa, y en respeto de los millones que luchan día a día en cientos de rincones del mundo y que no tienen las estructuras de entorno que puedan facilitar tal asenso, que la metáfora será solo eso en la medida que construyamos un mundo menos frágil para ese ser humano desdichado.
En lo que cabe para nuestro personaje, la maravilla es que después de camino más o menos azaroso, que lo lleva a vivir de la sobras de los otros en ese émulo de la sociedad de consumo, la ciudad de Nueva York, que además vive un tiempo tan particular (el contexto histórico, la llegada del hombre a la Luna a fines de la década del sesenta).
TRES. Sobrevivir es una cosa, pero juntar los pedazos, reconstruir e inventar nuevos caminos y descubrir esas respuestas a las interrogantes que afligen el alma, esa es otra historia. Y efectivamente Auster nos entrega una segunda versión, un conflicto que se muestra de manera parcelada, con aproximaciones que van entregando indicios del destino que tiene a Marco a su merced, piezas que se mueven en un modelos no prefijado pero que suena menos de azaroso, casi mágico pero difícil de concebir.
Le llamamos confluencias. Ese aliento que nos coloca en el camino del otro, y nos hace coincidir sin razón aparente. Pero podría ser algo más. La respuesta a las vibraciones de sonidos que llamamos palabras y que se vinculan con el entorno de tal forma que esos hechos se dan de manera equilibrada.
Marco está simplemente vinculado a su entorno, no tiene forma de safar de esa relación.
La novela que se reseña tiene tanto de confluencia en la existencia de sujetos en el mundo, que buscan el sentido de las cosas que se dan en ese entorno.
Marco al fin descubre que todo el devenir de un hombre confluye, aunque sea de manera mínima, en la existencia de otro u otros. Esa es la maravilla de constituir parte de la misma materia. Hija del loto somos.
Editorial: Anagrama
Año publicación: 1989
Traducción por: Maribel De Juan
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