Reencuentros

Siempre hubo algo de ella que le provocó estremecimiento. Habrá sido su caminar, su forma de mirar, la cosas que decía cuando al fin desidia sus preocupaciones.
Dijo siempre todos somos transito, estamos de paso por la vida, en un viaje permanente que nos lleva de un lugar a otro, que es el viaje físico, pero principalmente es interior, que el verdadero descubrimiento es el que se logra en los limites del ser. Ella siempre lo supo.
La tarde se hacía fría. Un viento soplaba el anuncio de una nueva estación y le recordaba episodios de infancia, cuando en compañía del padre, este le explicaba que las estrella, millones de ellas, que se ven tan juntas en el cielo, en realidad se encontraban solas en el universo, en distancias infinitas, y que lo que se ve es la luz en un viaje de miles de años. Ese viaje era para mostrar que el brillo está en ellas, no en los lugares que visitan con su luz.
Era importante ese recuerdo, pues en esa declaración estaba el secreto de la propia búsqueda, de la conquista de espacios nuevos, en la confirmación de que jamás se termina el viaje.
Fumó una bocanada de tabaco del cigarro. El humo se perdió con el viento que jugaba con los cabellos castaños de la mujer, entremedio de la sonrisa, otro de los gestos que le gustaba recordar después de tanto tiempo. Sintió que era la misma, ahí parada entre la tenue luz de esa tarde de reencuentro.
Cuando partió no quiso despedida, siempre supo que un hasta luego bastaría para decir que los seres llevan cargado en si los deseos de los otros. El viaje nunca termina.

Comentarios

Entradas populares