Transparente.
Es una habitación desconocida, pero tiene un aroma transparente. Las cortinas blancas las mueve una brisa que se allega desde la calle tímidamente soleada. La luz inunda los rincones del lugar, las murallas de tonos pasteles me impulsan a buscar puntos de referencia, un recuerdo que me explique el momento que vivo, por qué estoy en ese lugar, y que a pesar de todo no me es incomodo, es una manifestación de comodidad incomprensible, no siento duda de que aquel lugar es un punto donde se mezclan sentimientos suaves y bellos.
La cama angosta recibe mi turbación, la incerteza de estar en un lugar desconocido, pero que no me genera vacío, como si hubiese sido naturalmente mi espacio en otro momento, y regreso al principio.
La puerta se abre. Se asoma delicada una figura, es el cuerpo de una mujer que se mueve sobre sus alas, desnuda de piel, dirige una sonrisa, un saludo conocido, a pesar de ver por primera vez a aquella figura.
Su cuerpo suspira, sus piernas bailan, su mirada responde. Estaré es una sala previa a la eternidad…
Las manos sanadoras se posan en mis extremidades, delicado murmullo se repiten entre sus labios, recitando un antiguo mantra que transita algún secreto perdón para mi alma desdichada. El sueño inunda nuevamente mi conciencia.
Despierto. La luz no se ha ido, o tal vez el sueño fue aquella sensación de desconcierto. Es la habitación desconocida, bacía y sin señas de la mujer alada. Me levanto y busca algún sonido que indique la existencia del ser que me ha transportado.
A lo lejos el murmullo del viento que pasa por entre las ramas de árboles. Siempre soy el que visita la soledad. Camino hasta un pasillo. El lugar es sencillo. Recorro con la vista buscando la presencia que me de respuesta a mi propia condición. Intento llamar y me doy cuenta que mi voz a desaparecido, no existe, solo un ahogo indecible se apodera de mi, y a pesar de lo desesperante que pudiera ser no siento remordimiento, ni pesar, es extraña la tranquilidad de la evidente soledad.
Avanzo unos pasos y llego a una sala central, un especie de living que recibe los pasillo de toda la casa. Busco con la vista y desde el lugar donde venía, a mi espalda escucho la voz de una mujer: Me buscas.
Giro hacia la mujer que debe estar a mi espalda y no encuentro nada. Aquí, me dice desde un contado, giro y nada. Siento la riza, suave, juguetona, sin mala intención que hace que yo sonría.
Aquí estoy. Y al fin la veo parada a un metro.
Bella ángel, que he muerto y este es el castigo de mis actos, vendito mis pecados. Pienso mientras miro el rostro de la mujer, desnuda y montada en sus alas.
No estas muerto. Me responde con su voz, como si mis pensamientos fueran fuertes palabras que salen de mis entrañas.
Eres la reminiscencia del bello deseo del que crea este espacio, la síntesis del cariño, un punto inmaculado en que el dolor del mundo no puede alcanzar. Has venido a esta dimensión a descansar de los tormentos, y yo soy la representación de la bella mujer que ilumina la jornada del que relata esta aventura…
Será posible, si es que yo estoy viviendo esta experiencia, como es que un sujeto me crea como divertimento.
La cama angosta recibe mi turbación, la incerteza de estar en un lugar desconocido, pero que no me genera vacío, como si hubiese sido naturalmente mi espacio en otro momento, y regreso al principio.
La puerta se abre. Se asoma delicada una figura, es el cuerpo de una mujer que se mueve sobre sus alas, desnuda de piel, dirige una sonrisa, un saludo conocido, a pesar de ver por primera vez a aquella figura.
Su cuerpo suspira, sus piernas bailan, su mirada responde. Estaré es una sala previa a la eternidad…
Las manos sanadoras se posan en mis extremidades, delicado murmullo se repiten entre sus labios, recitando un antiguo mantra que transita algún secreto perdón para mi alma desdichada. El sueño inunda nuevamente mi conciencia.
Despierto. La luz no se ha ido, o tal vez el sueño fue aquella sensación de desconcierto. Es la habitación desconocida, bacía y sin señas de la mujer alada. Me levanto y busca algún sonido que indique la existencia del ser que me ha transportado.
A lo lejos el murmullo del viento que pasa por entre las ramas de árboles. Siempre soy el que visita la soledad. Camino hasta un pasillo. El lugar es sencillo. Recorro con la vista buscando la presencia que me de respuesta a mi propia condición. Intento llamar y me doy cuenta que mi voz a desaparecido, no existe, solo un ahogo indecible se apodera de mi, y a pesar de lo desesperante que pudiera ser no siento remordimiento, ni pesar, es extraña la tranquilidad de la evidente soledad.
Avanzo unos pasos y llego a una sala central, un especie de living que recibe los pasillo de toda la casa. Busco con la vista y desde el lugar donde venía, a mi espalda escucho la voz de una mujer: Me buscas.
Giro hacia la mujer que debe estar a mi espalda y no encuentro nada. Aquí, me dice desde un contado, giro y nada. Siento la riza, suave, juguetona, sin mala intención que hace que yo sonría.
Aquí estoy. Y al fin la veo parada a un metro.
Bella ángel, que he muerto y este es el castigo de mis actos, vendito mis pecados. Pienso mientras miro el rostro de la mujer, desnuda y montada en sus alas.
No estas muerto. Me responde con su voz, como si mis pensamientos fueran fuertes palabras que salen de mis entrañas.
Eres la reminiscencia del bello deseo del que crea este espacio, la síntesis del cariño, un punto inmaculado en que el dolor del mundo no puede alcanzar. Has venido a esta dimensión a descansar de los tormentos, y yo soy la representación de la bella mujer que ilumina la jornada del que relata esta aventura…
Será posible, si es que yo estoy viviendo esta experiencia, como es que un sujeto me crea como divertimento.
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