Encuentro fortuito.

Algo se hizo aquella tarde que viajábamos en un vagón del tren que nos llevaba a nuestros destinos. La ciudad, la recorrimos desde la altura del vía ducto, se transformó en una mancha, una difusa circunstancia. Fue una aparición, la corporalidad de algo que había sentido, una presencia que de pronto se presenta majestuosa ante mi humana arrogancia. Y está ahí, suspendida sin decir algo, yo intentando completar palabras que no tienen carne, inventando historias de horas que no son mías, llamando su atención.
Avanzó la línea moviendo cientos de historias y secretos, conversaciones fragmentadas y distracciones cansadas, sólo fuimos, al fin, dos constructores de modelos de mundos mejores, de sueños que se arman para la felicidad, más allá de las nuestras.
Me bajo, dijo. Sentí que todo fue un suspiro. No puede ser. Quise acompañarla, pero me contuvo un pudor insolente, la cobardía del hombre. Algún día te veré otra vez, quise preguntar, pero ya se ha perdido entre el gentío que no entiende en mi despedida una suplica, quédate.
Ahora busco cada tarde, cada mañana, cada vez que tomo el tren si la veo aparecer como
aquel día, suplicando la nueva oportunidad para terminar de construir otros relatos de mundos.

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