Gea despierta...
Los tiempos de gea no son los del hombre. Lo he escrito en un par de oportunidades, a propósito de singularidades y eventos que nos recuerda lo frágil de nuestra condición. Nuevamente surge la expectación de fenómenos que nos colocan a disposición de la fuerza infranqueable de la naturaleza, de Gea y sus muchas veces misterioso comportamiento, pues si fueran tan certeros los conocimientos sobre sus mecanismos y procesos, podrían ser predichos.
Aquí nos encontramos ante dos supuestos: la pretendida capacidad de control del hombre sobre el medio, y la pretensión de infalibilidad técnica del hombre para superar los procesos naturales.
Sobre el primer supuesto, lo correcto sería hablar de la capacidad de destrucción sobre el hábitat natural, una suerte de manifiesta perversión e incomodidad con el medio natural que hace que el progreso humano sea en base a los recursos limitados que contiene la Gea. El desgaste de los mares, aire y tierra son evidente en muchas de los grandes sistemas sociales donde conviven urbe y entorno. Por ejemplo, en la comuna de Macul, aquí en la Región Metropolitana, hace no más de quince años (3 de mayo de 1993) se produjo un deslizamiento de sedimentos producto de una lluvia otoñal, que acompañada de una inusual alta temperatura provocó un aluvión que dejo decenas de muertos y miles de damnificados. Pero la memoria y el tiempo han ido colocando un manto en esa perspectiva tan propia del ser humano de la modernidad, es como si el tiempo de Gea fuera el del hombre, y si es ese espacio temporal una brizna, un instante desde aquella tarde y ahora se ha seguido construyendo en los faldeos pre-cordilleranos, con esa arrogancia que todo lo puede, cubriendo los mismos terrenos que contienen la bajada del agua invernal, ahora existen toneladas de asfalto. Inevitablemente si la conducta humana presiona al limite los procesos naturales, cuando se generen las condiciones, la naturaleza cobrará su parte.
El segundo supuesto, la infalibilidad técnica, que se muestra como un logro propagado desde el modelo de desarrollo capitalista, y que se muestra en cada programa documental en los canales al estilo Discovery Channel, es la muestra nuevamente de los tiempos del hombre y su tozudez. En algún momento toda la ingeniería humana no podrá con la fuerza de Gea.
En la década del setenta surgió una teoría que intentaba explicar parte del comportamiento aparentemente caótico –para nuestra lógica- de la naturaleza. Se llama la “Hipótesis Gaia» del químico, biólogo y ambientalista británico James Lovelock, que propuso una teoría que intuitivamente muchos han tenido: que todos los procesos de los organismos vivos influyen inevitablemente en un organismos mayor y que tiene vida, Gea. Sería, por lo tanto, que los actos y actividades que se despliegan en el entorno inmediato, y que aparentemente no debieran tener implicancias afectan la homeostasis del sistema total. Simple y complejo a la vez.
Tal vez debemos admitir como sociedades de consumo impulsivo que tenemos más preguntas que respuestas y reconocer que hasta este punto el hombre ha generado una dinámica de destrucción que ha significado desequilibrios importantes, desastres en el clima, en la alimentación y en la supervivencia de millones de seres humanos.
Aún estamos a tiempo de revertir, o al menos eso quiero creer.
Aquí nos encontramos ante dos supuestos: la pretendida capacidad de control del hombre sobre el medio, y la pretensión de infalibilidad técnica del hombre para superar los procesos naturales.
Sobre el primer supuesto, lo correcto sería hablar de la capacidad de destrucción sobre el hábitat natural, una suerte de manifiesta perversión e incomodidad con el medio natural que hace que el progreso humano sea en base a los recursos limitados que contiene la Gea. El desgaste de los mares, aire y tierra son evidente en muchas de los grandes sistemas sociales donde conviven urbe y entorno. Por ejemplo, en la comuna de Macul, aquí en la Región Metropolitana, hace no más de quince años (3 de mayo de 1993) se produjo un deslizamiento de sedimentos producto de una lluvia otoñal, que acompañada de una inusual alta temperatura provocó un aluvión que dejo decenas de muertos y miles de damnificados. Pero la memoria y el tiempo han ido colocando un manto en esa perspectiva tan propia del ser humano de la modernidad, es como si el tiempo de Gea fuera el del hombre, y si es ese espacio temporal una brizna, un instante desde aquella tarde y ahora se ha seguido construyendo en los faldeos pre-cordilleranos, con esa arrogancia que todo lo puede, cubriendo los mismos terrenos que contienen la bajada del agua invernal, ahora existen toneladas de asfalto. Inevitablemente si la conducta humana presiona al limite los procesos naturales, cuando se generen las condiciones, la naturaleza cobrará su parte.
El segundo supuesto, la infalibilidad técnica, que se muestra como un logro propagado desde el modelo de desarrollo capitalista, y que se muestra en cada programa documental en los canales al estilo Discovery Channel, es la muestra nuevamente de los tiempos del hombre y su tozudez. En algún momento toda la ingeniería humana no podrá con la fuerza de Gea.
En la década del setenta surgió una teoría que intentaba explicar parte del comportamiento aparentemente caótico –para nuestra lógica- de la naturaleza. Se llama la “Hipótesis Gaia» del químico, biólogo y ambientalista británico James Lovelock, que propuso una teoría que intuitivamente muchos han tenido: que todos los procesos de los organismos vivos influyen inevitablemente en un organismos mayor y que tiene vida, Gea. Sería, por lo tanto, que los actos y actividades que se despliegan en el entorno inmediato, y que aparentemente no debieran tener implicancias afectan la homeostasis del sistema total. Simple y complejo a la vez.
Tal vez debemos admitir como sociedades de consumo impulsivo que tenemos más preguntas que respuestas y reconocer que hasta este punto el hombre ha generado una dinámica de destrucción que ha significado desequilibrios importantes, desastres en el clima, en la alimentación y en la supervivencia de millones de seres humanos.
Aún estamos a tiempo de revertir, o al menos eso quiero creer.
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