Noche de navidad (1)
Al fin han partido todos. En el living quedan arrumbados los papeles coloridos de motivos navideños, unas cajas y vasos a medio vaciar del cóctel que han servido para acompañar la apertura de regalos. Se deja caer en el sofá y piensa que lo mejor será limpiar todo mañana cuando despierte. Un nuevo capitulo de esa tradición familiar de fin de año, reunir a todos en uno de los domicilios.
Se ha quedado solo, mira el reloj y pasan de las tres de la mañana. Observa el desorden. Realiza un recuento mental de los hechos, las palabras, los gestos que contiene todo clan, sumando las cuentas que se han ido acumulando en la historia común. La mirada recorre la sala angosta del departamento y se fija en un rincón, detrás del árbol plástico serpenteado por las luces de color. Es un paquete que no fue abierto. Piensa en quien se quedo sin regalo, y en realidad todos recibieron.
Levanta el paquete, es una caja, busca el papel adhesivo con la identificación y el destinatario. Nada. Solo el papel de color rojo, sobrio, piensa. No pesa más de dos kilogramos, y su contenido no alcanza a estar fijo al interior, se siente su volumen algo suelto a las dimensiones de la caja de no más de 40 centímetros cúbicos.
Se sienta y coloca el paquete en la mesa. Como algo tan notorio pasa inadvertido para todos, además sin remitente ni destinatario. Bueno, si alguien pregunta diré que lo encontré ya abierto, si finalmente se quedo sin destinatario, puede ser para cualquiera. Todo esto lo dice mientras sabe que es la forma de justificar su ansiedad.
Abre con cuidado la orilla del papel, el pegamento no está muy adherido así que en todo caso podrá cerrarlo si es que es algo muy personal. Logra soltar el lado y mira que es una caja corriente de cartón, sin ninguna escritura en la tapa. Con cuidado desliza el contenedor, hasta sacarlo por completo y dejarlo con cuidado en la mesa. Siente la curiosidad que le jala el pecho. Ningún indicio de procedencia o destino, nada, solo un olor que emana de su interior. Le recuerda a la formalina que usan en la elaboración de desinfectantes para peces –trabaja de ejecutivo en una planta salmonera.
Abre finalmente la caja, dando un salto y un grito de espato: mierda. Qué es esto.
Cuando al fin decide volver a la mesa se ha puesto unos guantes. Tiene una mezcla de sensaciones: temor y repugnancia. Se quiere cerciorar que lo que vio es una calavera.
Si, lo es. La saca con cuidado y la apoya sobre un pedazo de papel, como si el origen humano fuera a contaminar el lugar.
Se decide tomarla. Se le viene a la mente ese pasaje de Hamlet y su declaración en el cráneo de su sirviente Yorick. El no es un príncipe, es definitivamente un eslabón de una broma insana de alguno de sus hermanos o primos, o tal vez de todos concertados para generar esa sensación de angustia que le nace cuando tiene en frente un tema que no puede controlar. Es como todo en su vida, si finalmente por eso está solo, las mujeres son demasiado impredecibles.
El cráneo está seco y sellado. Se ve pequeño, tal vez de un joven o un sujeto pequeño. Lo observa y comienza a sentir una tranquilidad, como si fuese un objeto que le provoca, contrariamente a lo que pudiera esperar, confianza. Puede ser que el hecho de ser un objeto que significó la existencia de un ser humano, su historia, la vida.
Lo ha dejado en medio de la mesa sobre el papel y Se ha sentado en el sofá mirando mientras se toma un vaso de wiski con hielo. Lentamente comienza a ganar un cansancio somnoliento, profundo e incontrolable como si hubiere tomado alguna pastilla, pero no se preocupa pues está su Yorick para acompañarlo.
Navidad. Un año ha pasado. Se reúnen todos como cada año, desde hace tanto tiempo, pero esta vez es distinto, falta uno en el clan. La navidad anterior lo dejaron en su departamento después de compartir. A los tres días entraron con la policía. Su cuerpo estaba sobre la cama, descansaba su soledad, la de ciudad que no mira los rincones oscuros y vomita a los desdichados. El único indicio, un papel con un dibujo de una calavera…
Se ha quedado solo, mira el reloj y pasan de las tres de la mañana. Observa el desorden. Realiza un recuento mental de los hechos, las palabras, los gestos que contiene todo clan, sumando las cuentas que se han ido acumulando en la historia común. La mirada recorre la sala angosta del departamento y se fija en un rincón, detrás del árbol plástico serpenteado por las luces de color. Es un paquete que no fue abierto. Piensa en quien se quedo sin regalo, y en realidad todos recibieron.
Levanta el paquete, es una caja, busca el papel adhesivo con la identificación y el destinatario. Nada. Solo el papel de color rojo, sobrio, piensa. No pesa más de dos kilogramos, y su contenido no alcanza a estar fijo al interior, se siente su volumen algo suelto a las dimensiones de la caja de no más de 40 centímetros cúbicos.
Se sienta y coloca el paquete en la mesa. Como algo tan notorio pasa inadvertido para todos, además sin remitente ni destinatario. Bueno, si alguien pregunta diré que lo encontré ya abierto, si finalmente se quedo sin destinatario, puede ser para cualquiera. Todo esto lo dice mientras sabe que es la forma de justificar su ansiedad.
Abre con cuidado la orilla del papel, el pegamento no está muy adherido así que en todo caso podrá cerrarlo si es que es algo muy personal. Logra soltar el lado y mira que es una caja corriente de cartón, sin ninguna escritura en la tapa. Con cuidado desliza el contenedor, hasta sacarlo por completo y dejarlo con cuidado en la mesa. Siente la curiosidad que le jala el pecho. Ningún indicio de procedencia o destino, nada, solo un olor que emana de su interior. Le recuerda a la formalina que usan en la elaboración de desinfectantes para peces –trabaja de ejecutivo en una planta salmonera.
Abre finalmente la caja, dando un salto y un grito de espato: mierda. Qué es esto.
Cuando al fin decide volver a la mesa se ha puesto unos guantes. Tiene una mezcla de sensaciones: temor y repugnancia. Se quiere cerciorar que lo que vio es una calavera.
Si, lo es. La saca con cuidado y la apoya sobre un pedazo de papel, como si el origen humano fuera a contaminar el lugar.
Se decide tomarla. Se le viene a la mente ese pasaje de Hamlet y su declaración en el cráneo de su sirviente Yorick. El no es un príncipe, es definitivamente un eslabón de una broma insana de alguno de sus hermanos o primos, o tal vez de todos concertados para generar esa sensación de angustia que le nace cuando tiene en frente un tema que no puede controlar. Es como todo en su vida, si finalmente por eso está solo, las mujeres son demasiado impredecibles.
El cráneo está seco y sellado. Se ve pequeño, tal vez de un joven o un sujeto pequeño. Lo observa y comienza a sentir una tranquilidad, como si fuese un objeto que le provoca, contrariamente a lo que pudiera esperar, confianza. Puede ser que el hecho de ser un objeto que significó la existencia de un ser humano, su historia, la vida.
Lo ha dejado en medio de la mesa sobre el papel y Se ha sentado en el sofá mirando mientras se toma un vaso de wiski con hielo. Lentamente comienza a ganar un cansancio somnoliento, profundo e incontrolable como si hubiere tomado alguna pastilla, pero no se preocupa pues está su Yorick para acompañarlo.
Navidad. Un año ha pasado. Se reúnen todos como cada año, desde hace tanto tiempo, pero esta vez es distinto, falta uno en el clan. La navidad anterior lo dejaron en su departamento después de compartir. A los tres días entraron con la policía. Su cuerpo estaba sobre la cama, descansaba su soledad, la de ciudad que no mira los rincones oscuros y vomita a los desdichados. El único indicio, un papel con un dibujo de una calavera…
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