No se puede aislar la historia, disputas previo a los 50 años del golpe de estado. Una digresión desde Mario Góngora
Mientras el país se hunde en la modorra intensa de todo aquello
que nos ha arrastrado esta nueva transición, en realidad se siente como que estuviéramos
siendo arrasados por las élites que han logrado retomar, sin mayores
contrapesos, la agenda, imposibilitados de encausar el debate o la lucha por
las transformaciones -que fue el gran reclamo que se instaló desde octubre de
2019.
Es evidente que se ha optado por dejar que los acontecimientos
se den, entre un amañado proceso constitucional, una administración que se
aleja cada vez más del sentido de urgencia -el programa de reformas- para la que
fue electa y un ambiente de desánimo que se percibe en muchos círculos, que
hasta septiembre del año pasado parecía que el viento soplaba en favor de los
cambios.
Además, en esta coyuntura, vivimos un periodo de disputas políticas
y culturales por aquellas cuestiones mínimas que, supusimos, eran parte de la
ganancia de estos 33 años: la verdad histórica y el sentido de estupor que se
impuso respecto de la noche más oscura de la historia de Chile, la dictadura
civil-militar. Ahora la memoria de aquel periodo se encuentra cuestionada como
si algo de aquel tiempo pudiera ser relativizado, explicado o mediado por alguna
otra consideración que no sea el repudio más enconado y absoluto.
En una regresión dramática, los sectores reaccionarios que por
décadas mantuvieron una cierta distancia de justificación de aquel oprobio, una
cosa como un pudor fingido pero efectivo, respuesta de un tácito acuerdo entre las
élites que significó algunos gestos que se dieron especialmente para la conmemoración
de los 40 años del golpe, el 2013, ahora parece que mucho de aquello cae como
una mascarada, una impostura que hace que esta conmemoración, los 50 años, todo
se licúe en revisiones casuísticas, una exigencia para los derrotados y las víctimas
del golpe, una falsificación extorsiva que excede cualquier debate posible, en
que elementos de la historia del proceso de la Unidad Popular se transforman,
ahora sí, en la justificación del horror de la violencia de estado que se produjo
desde septiembre de 1973, además de explicar el sentido de la refundación
neoliberal que trajo el periodo de la dictadura.
Lo que pretenden imponer -la reacción de derecha y sus satélites
centristas- son dos ideas. Primero, que existen elementos que de algún modo, torcido,
pudiera explicar, y justificar, el mayor periodo de dolor y muerte en la historia
de este país; pero también que aquellos que fueron derrotados, son los que
llevaron al punto de quiebre que se dio en septiembre de 1973 -los sectores que
apoyaban el programa de transformaciones que pretendía el gobierno de Salvador
Allende, y en una vuelta falaz, debieran felicitar el acto refundacional que
siguió en las décadas posteriores, la instalación de un modelo profundamente segregador,
el neoliberalismo.
Viene bien en este periodo de disputas de la historia, volver
a leer aquellas teorías que desde la vereda de los vencedores, me voy a referir
al trabajo de Mario Góngora, historiador conservador y opositor de Allende, que
apoyó el golpe de estado, fue capaz de describir las trayectorias epocales que dan
sentido, no de un modo aislado, sino que con ciertas lógicas ascendentes, el
Golpe y la refundación neoliberal son parte de un mismo intento por recomponer
el orden perdido por las élites, y que la UP intentó reformar de modo profundo.
A mediados de la década de 1980, este destacado historiador en
su celebrado libro “Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en
los siglos xix y xx” describía el sentido del ciclo histórico que se inicia
en la década de 1920, y que concluye trágicamente con el golpe de estado.
La tesis del intelectual señala de este periodo, desde la
crisis de 1925, como una consecución de modelos que se inscriben en la matriz
modernizadora capitalista, un esfuerzo por dotar de la industria, capacidades humanas
y riqueza material a mayores sectores de la población, en especial a las capas
medias y al proletariado, trayectoria que según este mismo texto, concluye en
el esfuerzo de la UP. Lo que viene después, según Góngora, en la dictadura y su
programa refundacional neoliberal impulsado por la tecnocracia de los Chicago Boys,
es algo que se aleja de ciertas lógicas nacionales desarrollistas, estatistas y
proteccionistas que habían sido las que impulsaron el desarrollo del país por
casi 50 años.
Parece importante destacar este ensayo por lo que significa como
una explicación plausible, y que desde la historiografía de derecha tiene la
capacidad de situar este gran arco histórico, que concluye, esto lo señalan
otros historiadores, en un esfuerzo de mayor radicalidad pero dentro de los márgenes
de legalidad institucional, de llevar las reformas del capitalismo al límite,
que fue el proceso que las élites no permitieron, incluso a costa de aliarse
con potencias extranjeras (en estos días se ha confirmado la reunión secreta, del
15 de septiembre de 1970, del presidente norteamericano Richard Nixon y el
empresario de medios Agustín Edwards para coordinar el trabajo de desestabilización
en contra del gobierno popular que en ese momento aún no asumía).
Hay una deriva interesante que es probable que las ciencias
sociales puedan desentrañar en el sentido de, como creo que interpreta Góngora,
el neoliberalismo es una expresión que sí rompe con la tradición capitalista
que desarrolló Chile gran parte del siglo XX.
Porque, aunque hoy pretendan aislar la historia, para justificar
lo que no se puede justificar, nunca más puede haber un acto como el del 11 de
septiembre de 1973, y en eso debemos ser todo lo insistentes y vehementes que se
pueda.