Mapocho, río y ciudad


El 17 de abril de 2016 se produjo la última crecida del río Mapocho, a la altura de Nueva Costanera en la comuna de Providencia, evento que ocasionó significativos daños y molestias a los habitantes de la parte central de la ciudad.
Pero estas verdaderas catástrofes son habituales en los 450 años de la capital, y tiene que ver con la decisión de fundar la ciudad en este punto del territorio.  Cuando en 1541 el conquistador castellano se asentó en esta cuenca, hoy conocida como Santiago, el morro Huelén servía como una barrera que dividía el río Mapocho y un brazo secundario que se conoció como la Cañada (ahora Alameda) que dirigía las crecidas del brazo principal del río.
De hecho toda la explanada que forma el conjunto plaza Baquedano-Italia, la intersección de las comunas de Santiago al poniente, Providencia al oriente y Recoleta al norte, fue hasta iniciado el siglo XIX un verdadero pantano natural que contenía en parte las crecidas de las lluvias de invierno.
Pero las lógicas de la modernidad que trajo la república, avanzando el siglo, sumado a la presión demográfica, hizo de la planificación urbanística una necesidad, lo que fue agregando barrios a las cuadras que circundan la plaza de armas, primero al poniente, con la urbanización de la chacra Portales, que va desde la actual autopista central en dirección de la Quinta Normal, y luego el crecimiento al oriente, que inevitablemente exigió resolver el problema de la “domesticación” de la naturaleza, la otra gran calamidad que se cernía sobre el territorio es el de los movimientos telúricos que también la técnica ha ayudado aminorar los efectos sobre la infraestructura, significó la construcción de una red de alcantarilla para el agua lluvia, por ejemplo el canal Negrete que iba de sur a norte desde la Cañada (Alameda) al río Mapocho a la altura de la actual avenida Brasil.
Estas obras terminaron doblegando la fuerza del agua que por miles de años ha sido dueño y señor de la geografía de este punto del territorio.

Pero así y todo cada puñado de años el río vuelve a cobrar su cuota de libertad, y rompe como el viejo dueño del paraje, haciendo presente ese dominio, recordándonos que nosotros seguimos siendo invitados, no deseados, que inventamos esta ciudad sobre su hábitat.

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