Charly Pérez, la rumba eterna de Maestra Vida


Charly Pérez fue muchas cosas: ángel y demonio; amigo y adversario; esperanza e incertidumbre. Probablemente en los límites de sus contradicciones está la genialidad que dio sentido a su creación más preciada, Maestra Vida.
Lamento su muerte, pero creo que al fin está en la tranquilidad que buscó en el último tiempo de vida.
Se fue justo cuando en el continente comienzan a suceder cosas dramáticas, del tipo de proceso que eran un desafío a las convicciones de cualquier sujeto consciente de su entorno, y Charly siempre estaba atento a las consecuencias de aquellos procesos sociales y políticos, tenía la idea que existía un vínculo muy estrecho entre dos dimensiones que aparentemente están muy alejadas: realidad social y goce.
Lo discutimos muchas veces -cumplí casi 18 años dialogando de estas cuestiones-, y su concepto era que el cuerpo goza en la medida que existe un contexto que permita que eso suceda.
A fines de la dictadura lo más difícil era vincular la corporalidad de seres reprimidos con bailes y culturas que son esencialmente cadenciosas.
Con el devenir de la democracia protegida, en la década de 1990, fue el destape, la pérdida de la inocencia de un par de generaciones que vivieron aquel tiempo, y que lo más caliente que bailaron en la noche oscura del toque de queda fue una especie de cumbia chilena en la que no había contacto corporal.
Lugares como Maestra Vida aportaron desde su ubicación a transgredir todo aquello, ayudando a educar una corporalidad para un nuevo tiempo que se iniciaba, asumiendo la salsa como una cultura de nicho, casi elitista, que en primer término era disfrutada por retornados, luego por aquellos que habían tenido la oportunidad de viajar y conocer este estilo fuera de Chile, y rápidamente se educó a quienes sentían de esta forma una transgresión cultural, con identidad protagonista.
Antes que se hablara de inmigración latina, de pueblo salsero, de cultura sincopada, Maestra Vida vibraba con Rubén Blades y Fannia, Gran Combo de Puerto Rico y Van Van, Colombia, Vanezuela y Nueva York latino.
Han pasado 30 años desde que en septiembre de 1988 partió la aventura de Maestra Vida, y siempre con Charly encabezando el boche, dando las directrices y formulando este espacio como un sistema vivo, usaba la noción de “autopoiesis”, en relación al constructo de Maturana-Varela (tal vez más cercana a la figura se sistema social de Niklas Luhmann)  que señalaban las cualidades y condiciones  de la máxima que la música es la que comunica dentro del sistema social “Maestra Vida”, l@s rumber@s se sostienen sobre aquella comunicación.
Digresiones de este tipo eran habituales en las conversaciones que sosteníamos, en que mezclábamos situaciones de la noche con nociones de filosóficas y cultutalismos diversos, y el resultado podría ser una campaña al tipo “Chile necesita salvadores…” que adoptaba como parte de la rumba, insertándolo en las actividades del local.
Pero así como Charly lograba esos momentos de genialidad, también era una molestia cuando se sentía incomprendido, casi como si fueran un berrinche inmaduro reclamaba contra la comodidad del mundo, y de los rumberos especialmente, exigiendo que nada se diera por cierto, que todo fuera una sorpresa, y si era incómoda, mejor aún.
Pero eso no quiere decir que no le gustara que la gente disfrutara, esa era el motivo primero de todo aquello: música, goce, alcohol, mentiras. Un cóctel que daba cada noche una jornada única e irrepetible (los presocráticos era otra de las escuelas a las que respondía como inspiración).
Y si hay que decir algo de esta otra dimensión de Cherly es que en algunas ocasiones funcionó desde el ego más absoluto y vehemente, y en ese estado cometió actos que podían ser interpretados como de un déspota, alguien que no empatiza con quienes se le cruzaba en el camino.
En esos límites estaba construida esta especie de padre tolerante y castigador, que en su camino realizó actos de absoluta generosidad y genialidad, pero también estados en que no se podía menos que ser detestado como un tirano.
Ahora Maestra Vida tiene el desafío de proyectarse, especialmente cuando están sucediendo cosas tan sorprendentes en el continente, con discursos y prácticas políticas que detestan la diferencia, a las minorías, líderes que invitan a segregar a todos aquell@s que son parte de la identidad de la rumba, por lo mismo cuando estos programas de la segregación y la intolerancia se levantan lugares como Maestra Vida deben crecer, casi como la utopía de un Chile cual pista de baile, larga y angosta donde todas y todos tengan cabida.

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