JUEGOS DE INFANCIA


De pequeño me dormía con grabaciones de locuciones de partidos de fútbol. El sonido monótono de las voces de los locutores me provocaba una incomprensible tranquilidad que temprano mi padre comprendió como una herramienta infalible para el inquieto chiquillo.
Fui hijo único en un tiempo que serlo era una excepción, una condición que en aquel tiempo yo no lograba comprender. Veía, por ejemplo, a Samuel y sus tres hermanas, o Richard y sus dos hermanos, o los Muñoz, que también eran tres. Era el único que me aliaba con alguno de los grupos que de modo más o menos natural de daban: Richard y Juan con los Muñoz; y yo con Samuel y sus hermanas, y partíamos a jugar al sitio baldío de dos cuadras del pasaje, que tenía como atracción principal una gran auto abandonado, sin vidrios, con los asientos roídos, pero con lo principal para unos mocosos como nosotros, manubrio y palanca de cambio. Eso era lo que producía la magia de la imaginación, ser conductores ocasionales de una gran aventura que nos trasladaba lejos de ese pedazo de población, en el suroriente de la ciudad, esperando que los días alcanzaran para hacer muchos viajes más. Pero siempre llega la hora de volver. Y siempre hacíamos lo mismo. LE daba hambre a Juan, le seguía Richard, rápidamente le seguían Samuel y finalmente los Muñoz, el ellos yo no tenía mucho más por hacer y me iba caminando por la vereda hasta mi casa, mi padre me metía al baño, me colocaba el pijama y para dormir, una grabación de unos locutores trasmitiendo un partido de futbol.

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