"12 monos" y el eterno retorno
I. La escena de James Cole pidiendo a la siquiatra secuestrada Kathryn Railly que subiera la radio del auto en la película “12 Monos”, para luego el mismo, sacando la cabeza por la ventanilla, disfrute el aire “puro” de un paisaje industrial que es carcomido por un futuro decadente. Esa es la representación exacta de la tensión entre presente deprimente y un futuro incierto, pesimista diríamos. Obviamente Railly mira el gesto del psicótico y lo interpreta como una crisis de paranoia, y bueno, el primer plano muestra una mueca que vale como resignación que cada cual tiene cuando escucha a algún optimista que dice: “hoy es el mejor día de nuestras vidas” tan de moda en alguno movimiento new age.
Todos tenemos una contradicción Cole/Railly que palpita, o en el entorno encontramos señales que se mueven entre dos veredas: una que ve casi inminente el final; a otra orilla añora un “pasado” que es aquel donde el aire era puro, la música se escuchaba mejor, las noticias en la radio y la tv eran casi inocentes.
Esa tensión mueve, además, la construcción del presente como un escudo para avanzar a lo incierto de un “futuro” distópico, que por la acción del ser humano, probablemente nos dejará amarrado al subsuelo, unos pocos salvados del daño irremediable de la superficie aniquilada.
Es interesante observar que ese futuro subterráneo -en la fábula de Terry Gilliam que como se sabe adaptó el mediometraje francés “La Jetée”- el ser humano sobreviviente obtiene por la razón y la fuerza (la técnica nos llevará a la destrucción y también, como no, a la salvación) nuevamente nos podrá regresar a una ubicación en la cadena planetaria, una alegoría infinita a una esperanza, siempre será posible, que un protohumano revierta la destrucción total del presente preapocalíptico.
II. Acá juegan muchas simbología que se representan una y otra vez. La primera máquina del tiempo, al parecer, fue ideada en la fantasía de la modernidad. H.G. Wells inaugura una tradición que en la antigüedad era a lo sumo una capacidad divina, la de controlar la temporalidad, como es el caso de Kronos/Saturno como una fuerza infinita.
Dicho por Grillo Dorfles respecto al control del tiempo por la vía de la tecnología es “…una contemporaneidad que es perennidad, porque está fuera del tiempo…” y que permite situarnos en el plano definitivo del control del presente/pasado, una chance más, una esperanza definitiva.
Jame Cole tiene el don de Hera, sabe la verdad como una profecía, aparentemente no hay como evitarla, a no ser que actúe como el demonio que propuso Nietzsche, en “La gaya ciencia” y que declare a Kathryn Railly “Esta vida, tal como tú la vives actualmente, tal como la has vivido, tendrás que revivirla una serie infinita de veces…” y con esa declaración invitar a romper con el “eterno retorno”, a la ruptura del presente/pasado para hacer que el futuro sea otra cosa, tal vez una nueva línea de tiempo que nos permita un nuevo inicio.
En este afán optimista hay una cuota de arrogancia, sin duda, pero si no fuese de esa fuerza, el hombre occidental no habría llegado a donde estamos, en el sentido de la conquista del extramundo: América fue un espacio que se inventó desde la decadencia de Europa. Era un “presente” que en muchos sentidos estaba al límite de sus capacidades, y que cada cien años vivía el fin de la historia, un Apocalipsis que impulsó a conquistar nuevo mundos/mercados, donde desplegar la incontenible avaricia industrial capitalista.
Hoy nos estamos apurando en la “conquista” de nuevas fronteras, se supone, donde el ser humano pueda “salvar” este presente/pasado que al parecer tiene mucho de fin de era.
Y estamos en eso, o por lo menos una elite, a punto de dar nuevos pasos para inventar parajes donde descansarán las futuras generaciones, nuevos mundos -literalmente nuevos planetas- donde seguir construyendo “vidas” mejores y donde los estilos y verdades del presente se instalen sin remordimientos.
Mientras tanto la esperanza de que llegue un James Cole que nos diga: hay algo en el presente que se debe hacer para salvar el futuro penoso, torcer el “eterno retorno” y darle más tiempo a la especie humana.