Poesía como un despunte.

Para qué sirve la poesía si no puedes escalar una cordillera, ni siquiera sirve para sobrevivir el frío del ventisquero, o el viento de 4000 metros de altura, ni la puna, ni el granizo, ni al cóndor que ronda tus paso. 
De qué sirve tener tantas palabras guardadas en el bolso, si en el saco no hay ni agua, ni una barra de energía que te ayude a subir, o a bajar, escalar o descender, ni que fuera la compañía que siempre se quisiera en una aventura infinita.
Para qué quiero poesía, si no me cubre de la intemperie cuando cae la noche, solo las estrellas son el mantel donde puedo dibujar algún delirio.
La poesía es una farsa, la mayor mentira que ha creado el ser humano, y algún sabio lo entendió claramente hace 600 años y las palabras fueron libros, y el verso se ubicó en la cola del conocimiento, inútil y estéril esfuerzo por embellecer las cabezas de los amantes, y nada más.
Y aquí estoy, tontorrón, jugando con los sonidos y silencios, de madrugada, cuando podría estar abrazando una mujer, y claro, puede ser, la poesía es el onanismo de los estériles, de aquellos que no somos capaces de retener a una compañera, y a la hora del despunte de la noche nos sacudimos del espanto y disparamos contra lo único que nos puede sosegar: la palabra.

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