El box y la vida.
Son cosas del box, del combate. Es como una ajustada
metáfora: la vida misma es un juego de piernas, defensas, bloqueos, contraataques:
jab, cross, uppercut. Se esquiva, se acierta y se resistes golpes.
Ninguna pelea es igual a otra. Siempre debes tener conciencia
que el contrincante es precedido de una formación, de vivencias, técnicas
distintas a la tuya, una escuela e historia que dan como resultado a un combatiente
único e irrepetible.
Todas estas ideas se la repite mientras el viejo ayudante
le preparaba las vendas. Era el momento de definir una actitud, pues la salida al
ring es una ceremonia que contiene pasos que dan la diferencia respecto de un
resultado. Cada etapa debe ser cumplida, dejando un espacio justo para la
innovación. Por ejemplo, la distancia de persignarse antes de cruzar el umbral del camarín a un metro, o treinta centímetros antes, cada vez es
distinta de la anterior, no pude ser una repetición ajustada, las rutinas ahuyentan
los buenos resultados, y tiene muy presente que el triunfo es una combinación
medianamente exacta entre preparación física y técnica, respeto por el
contrincante único y suerte, que se equilibran con gestos necesarios para
espantar la energía de los envidiosos, los enemigos, los malos de alma.
Recordar el camino recorrido también es necesario. Al
menos traer al presente aquellos hitos, la primera vez que te subiste al
cuadrilátero, el primer triunfo, la primera derrota, la alegría del aplauso
cerrado, la ovación y también la indiferencia. Recordar a los que ya no están,
al profesor que quedó en aquella primera academia, a los compañeros que te
respetaron y también a los que te envidiaron. Recordar a los que en cada golpe
te enseñaron.
Los guantes están listos.
Dar las gracias al ayudante, persignarse y salir.
Estamos en camino. Un combate siempre es una ajustada
metáfora de la vida.