We-Tripantu en Lampa: 18 de julio de 2015
Introducción.
Los
mecanismos de migración campo/ciudad han sido ampliamente analizados y
documentados en las ciencias sociales del continente desde mediados de siglo XX
como parte de procesos de modernización capitalista (Vergara; Gundermann;
Foerester. 2013: 68-89), este contexto explica la presencia de una identidad
mapuche que comenzó a ser visible desde hace algunas décadas en la ciudades
donde tradicionalmente no existía un vínculo evidente, no solo del sur del país,
sino que también en el espacio urbano del centro administrativo del estado.
Este informe de observación etnográfica
quiere hacerse cargo de la visita realizada a una actividad en Lampa donde se
compartió con un perfil de mapuche urbano, al menos dos generaciones, donde los
ancianos probablemente son los depositarios directos de estas tradiciones, y
una nueva generación que se ha formado en zonas urbanas y que han ido
rescatando prácticas en un contexto distinto al que fueron concebida esta ceremonia.
Es significativo observar, por ejemplo, que cada vez es
más poderosa la presencia de rituales en ciudades, es el caso de We-Tripantu o
año nuevo que se celebra con abundante presencia de winkas o mestizos,
aportando a un modelo que se podría definir desde la interculturalidad (Durán, 2014:
137-159), una integración de valoraciones donde se habita desde el
reconocimiento explícito del mapuche, tanto de los que se autodefinen como
miembros de la etnia, como aquellos que se acercan a la celebración como una
festividad, muchas veces de carácter exótico.
Alejandro Saavedra Peláez sostiene “…la población mapuche actual no es una
cultura… en el sentido preciso de estos términos. Su actual identidad étnica se
define, precisamente, por una historia común compartida, por sus relaciones
interétnicas y no por las persistencias de una cultura del pasado…”
(Saavedra, 2000: 6). Esta definición es operativa para identificar la población
mapuche respecto de la población total en Chile, pero para nuestra tarea es pertinente
porque además coloca un punto de inflexión respecto a la propia idea que sostiene
la profesora Teresa Durán y la interculturalidad, que es el concepto por el que
defiende su concepción de procesos de integración entre distintas culturas, la
del mapuche –sometida a procesos de contención e invisibilidad- y la del estado
chilenos como grupo hegemónico.
Al parecer la interculturalidad es limitada a la hora
de hacerse cargo de los procesos que se viven en el territorio del wallmapu, si
no nos quedamos en el ámbito de las poblaciones que sí se han integrado en las
zonas urbanas.
Lo que buscamos en este informe es que a partir de la
experiencia de una ceremonia de We-Tripantu realizada el pasado 18 de julio en
la localidad de Lampa, Región Metropolitana, en terrenos del consultorio José
Bauza Frau, se pueda vislumbrar, una mínima observación de campo, los mecanismos
de aceptación del mapuche urbano y del chileno mestizo que de algún modo
reconoce como parte de su acerbo las tradiciones indígenas, pero siempre
manteniendo la condición exógena.
También
se busca destacar el peso simbólico que se da a las prácticas de la medicina
intercultural respecto de la medicina winka, tradicional o alópata.
Primera
hora.
Nos
reunimos con Malanie Morales en puente Independencia con Balmaceda, en Santiago.
Es la mañana del sábado 18 de julio y en el sector donde nos encontramos
estaba, a esta hora del día, atestada de personas, mucha familia con niños que
iban a una exposición en el centro cultural Estación Mapocho, aprovechando el
buen tiempo de las vacaciones de invierno.
Enfilamos por avenida la Paz, esquivando carros de
descarga de los negocio mayorista de frutas y verduras de la Vega, y comentamos
lo interesante que sería realizar una etnografía haciéndonos cargo de la
evidente presencia de trabajadores y comerciantes extranjeros latinoamericanos
que circulan por el sector.
Nos embarcamos en una liebre de la línea “Larapinta”
que circula por vía Echevers-Quilicura al centro de Lampa.
El
viaje resultó más largo de lo que nuestras expectativas tenían presupuestado,
púes en el trayecto ingresa a una villa que lleva el nombre del recorrido,
urbanización Larapinta, pasa por el
centro de la localidad y finalmente nos deja frente a la entrada del
consultorio donde se estaba llevando a cabo la jornada.
Lo primero que llama a atención es la presencia de la edificación
indígena, una ruca que respecto al edificio principal del consultorio José
Bauza Frau, contraste que en todo caso se acentúa al observar las actividades
que desarrollan unas dos docenas de personas ataviadas con trajes y vestimentas
tradicionales en torno a la edificación.
Estamos en dependencia del Centro de Salud Meli Lawen,
organismo que depende de la Asociación Mapuche Adkin Tulem y que es un espacio
que complementa tratamientos médico que se imparten en el consultorio con un
machi que dialoga y ausculta a pacientes, asumiendo aquellas dolencias, lo
llaman kutran, desde la cosmovisión mapuche o mongen que es el sistema de vida de la comunidad, una
integridad que considera desde el Lof
abarcando a todos sus miembros, y en la medida que un integrante se encuentra
desequilibrado, toda la comunidad está en desequilibrio.
Hay una hermandad que además queda de manifiesta con
los representantes de otras identidades nacionales presentes en aquella
jornada: había visitas rapanui y aimara, quienes también comparten las mismas
preocupaciones y festividades junto a los mapuche.
Segunda
Hora.
La
ceremonia a la que asistimos es un Ngillatün que celebra el
año nuevo o We-Tripantu,
una rogativa que agradece el cumplimiento un ciclo y el inicio de otro, por lo
tanto se ofrece al Puelmapu para que la
vida vuelva a iniciar (cosechas, animales, hombres).
Armando
Marileo Lefio lo explica “El Puelmapu
[‘tierra del Este’] es la puerta abierta para ingresar al mundo del bien…”.
En definitiva se aprovecha el solsticio de invierno,
la noche más corta del año, que va del 21 al 26 de junio y que en nuestro caso
se estaba conmemorando en julio.
La
significación de esta festividad está dada por la centralidad de la dimensión de
la tierra, es decir, la siembra y cosecha, la recolección y el pastoreo, todas
actividades de las que depende la vida del Lof, de la comunidad, de las
familias y cada uno de sus integrantes.
Por lo tanto es evidente que sin esta rogativa, con
una ofrenda de por medio, el puelmapu
no está obligada a entregar sus dones.
Este es el motivo de la visita, nosotros somos
invitados y en tal condición somos recibidos por el grupo que ya ha esa altura
han realizado dos rogativas (una a la salida del sol, la segunda una hora antes
de nuestra llegada) y estamos a la espera de la tercera.
Nos presentan a los integrantes de la comunidad, los
ancianos más invitados especiales están sentados en unas sillas a un costado de
la entrada de la ruca, conversan y comparten mate.
Ingresamos a la ruca, es una nave amplia donde hay al
centro un fogón encendido con un fondo en el que se cuece el acompañamiento
principal del almuerzo, al lado hay una olla metálica donde se va friendo una
sopaipillas y otras masas que están servidos en una amplia mesa dispuesta para
recibir a las visitas.
Nos servimos mate y probamos algunas
de las masas que están en la mesa, catuto,
huevos duros, muday. Una de las visitas es rapa nui y ha preparado Poe
que es una masa dulce a base de plátano y harina.
Conversamos con la hermana y el
cuñado de una de las anfitrionas, y nos cuenta que esto para ellos es una buena
experiencia, en especial para él que es chileno y no conoce estas tradiciones
de la familia de su hermana. Esta familia es expresión del proceso
interculturalidad que se da en zonas urbanas, donde un grupo de personas
descubre o crea vínculos a partir de estas ceremonias, los niños que les
acompañan puede que reconozcan con mayor facilidad su herencia mapuche como un
elemento distintivo y positivo de su identidad de sujetos.
Tercera
Hora.
Fuera
de la ruca la actividad no se detiene. El tiempo que se da entre cada rogativa
se aprovecha para socializar y realizar otras formas de ritualidad como por
ejemplo el palín o juego de chueca, deporte que tiene una
importante impronta cultural como espacio en que eventualmente se pueden profundizar
vínculos sociales entre comunidades diversas, o ser parte de la celebración de
una rogativa, incluso hasta definir el arreglo de un conflicto.
Esta multiplicidad de motivaciones hace del palín una
actividad altamente significativa para la comunidad.
En algún momento se invitó a participar en el partido
que estaba a punto de comenzar, pero finalmente no se concretó y quedamos de
observadores desde un costado de la cancha.
En los equipos jugaban unas 12 personas en total, unas
cuatro mujeres y el resto hombre. Consulté a un observador que estaba a mi lado
por esa conformación, y me dice que esa costumbre ha sido siempre una característica
de este juego, mixto, y las mujeres en la cancha algunas veces eran mucho más
fieras que los jugadores varones.
Esperamos unos 10 minutos y nos llamaron para iniciar
la rogativa principal, el Ngillatün que festejaba el
nuevo año. La ceremonia se realiza en torno a un altar que está ubicado en
dirección donde está el canelo, los fieles y visitas se paran mirando al este,
enfrentando al altar.
Se deben formar en líneas, un wichafe se encarga de ordenar, la mueres sin vestidos no pueden
estar adelante, los niños acompañados con un adulto, lo perro (que siempre merodean
por el olor a carne) son expulsado a palos y piedras. Comienza la rogativa con
los toques de cultrún, el sonido de la trutruca expulsado por los hombres y los
grito de todos los presentes se gira en dirección contraria al reloj, tantas
vueltas pares como decidan el lonko o
la machi en su defecto.
Nosotros dimos al menos 16 vueltas.
Terminada la ceremonia pasamos al salón principal de la ruca
para el almuerzo. La mesa estaba lista,
con paneras, ensaladas, pebre y bebidas cada cuatro sillas. Nos acomodamos con
Melanie y otros estudiantes animadamente la conversación de aquella jornada.
La intensidad simbólica de toda la jornada fue solo
mostrada de forma parcial, por las restricciones de horario y espacio, pero es
suficientemente importante para observar una ceremonia de una gran potencia
espiritual, ritos que además de adentran siglos antes que llegaran los europeos
a estos parajes para exigir obediencia a su cruz y espada.
La genuina hospitalidad mapuche quedó expresada en el
cariño y el saludo de cada uno de los integrantes de la comunidad al partir
aquella tarde de 18 de julio.