Mujer libro

Y venías radiante, iluminabas con cada paso la oscura vereda de metal, sin frío ni calor, eras la que abría el firmamento mientras avanzabas.
Y me pregunto ¿de qué rincón de la tierra has descendido?
Que a caso no es pecado el no haberte reconocido en otro momento, tú levantando la vista de interrogación y dando vida a las respuestas infames que no quedaban fijas en la pizarra del profesor.
Que si no es ésta una declaración de respeto, qué respeto, de admiración, ni siquiera una exclamación, es un aullido por tener las hojas completas de tu pelo negro entre mis manos anchas de soledad y silencio.
Y que se anuden mis nudillos de combatiente entre las redes de tus trenzas, y que no me separen nunca más, hasta que complete todo el recorrido por tus neuronas, por supuesto, dicen los sabios, que es una tarea infinita de tiempo y concentración.
Que si de tiempo, solo tiempo se tratara, tengo a mi favor todas las tardes inventadas de contemplación.

Te espero, espejo azabache, en tus mejillas está mi rubor, en tus labios mi deseo, en tu cuerpo todos los secretos del conocimiento bibliográfico del erudito, déjame recorrerte como el único libro que brilla en la repisa que sostiene mi existencia.

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