Sobre trenza y sueños.

Caí en la cuenta que este tiempo termina y ni siquiera logré contar las jornadas que perdí intentando darles sentido.

Tengo en este momento, frente a mí, un juego de lentes de sol con una pata fracturada, unas canicas desordenadas sobre el mantel y el dibujo de una mujer con trenza que casi envuelve su cuerpo de wengué enrollándolo como un brazo.

El dibujo está grabado sobre un palimpsesto, papel que en algún momento fue un memorándum que describía las venturosas vicisitudes de un poeta rechazado una decena de veces por la mujer deseada.

¿Y si esa trenza me atrapara?
Fuera la cobija del invierno que nunca vivimos, rodeando los cuerpos como una larga capa que mezclan el calor de las noches infinitas de julio.

Miro el dibujo y no logro saber de dónde proviene esa semblanza. Era la figura de un recuerdo ¿lejano? ¿reciente?, tal vez un invento de la imaginación, un sueño perturbado por el sonido de tus pasos sigilosos, me dices: voy a buscar agua y no te quería despertar.


Despiértame siempre que quieras que juegue con tu trenza. 

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