Concepto/dimensión de heterogeneidad de Louis Wirth y “Ciudad de los antropólogos” de Michéle de La Pardelle
“… una ciudad
puede ser definida como un establecimiento relativamente grande, denso y
permanente de individuos socialmente heterogéneos.” (Wirth)
La
ciudad es un sistema de relaciones sociales donde se puede identificar distintos
sub sistemas, de acuerdo a las nociones del observador. Esta idea “sistémica”
no explica por sí sola la importancia o el papel que puede cumplir el
antropólogo en la ciudad, más cuando desde distintas disciplinas sociales le
“ausculta” como un organismo de distintos y complejos niveles.
"El antropólogo llega a la ciudad a pie, el
sociólogo en auto y por la autopista principal, el comunicólogo en avión."
Con esta idea García Canclinia busca referir el papel observacional del etnógrafo
como principal esfuerzo disciplinal, y es una concepción que perdura como la caracteristica
del trabajo etnográfico en la urbe.
Para
el antropólogo tiene un sentido contradictorio, en todo caso, o al menos a su
propósito metodológico, al entender la disposición a encontrar la diferencia,
es decir la otredad que es distinta a la norma, para el caso la urbe respecto
de la zona agrícola, o el campo, el bosque, la costa, en definitiva todos las dimensiones
claramente identificable como un “otro lugar”.
Para
Michèle de la Pradelle este verdadero dilema del abordaje del etnógrafo en la
ciudad es claro. Sin embargo existe una incómoda situación que es posible ser
resuelta al identificar las diferencias en el sistema ciudad, en el universo
social, y todas estas partes ser reconstruida como cultura, es decir como sistema referenciales constituido a partir
de las aportaciones de los componentes del sistema, uniendo historia, técnica,
costumbres de movimiento y construcción del habitus.
Por
otro lado en el trabajo de Wirth se describe con claridad la riqueza de formas
que adquiere el paisaje urbano, la ciudad es en sí misma una dimensión que
atrae y se nutre de diferencias que en algún momento tiende a reunirse en
espacios específicos dentro de la urbe. La heterogeneidad en la ciudad moderna,
que rompe el entramado de castas y clases propia de sociedad integradas es una
característica propia de las concentraciones humanas, respecto de las ciudades
pre modernas.
Parece
claro que es ahí donde el etnógrafo entra a dar significado a las distintas
formas que adquieren los grupos identitarios que conforman la ciudad.
Pero
esta aparente coincidencia entre lo que parece como evidente, la existencia de
identidades al interior de la urbe y la pretensión etnográfica por retratar esa
diversidad, de la Pradelle la echa por tierra. El barrio, la calle, la
localidad situada en un extremo del territorio urbano por sí sola no explicaría
la complejidad del sistema, la pretensión algo artificial de ver diferencias moleculares
–en este punto la reflexión se puede empatar con el debate posmoderno respecto
de lo que entendemos como “contexto”, y la ciudad sería un paisaje propicio
como contexto- que de modo artificial se pretende elevar a rango de fenómeno
totalizador cuestiones que no tienen tal condición.
En
contrapunto que se encuentra entre la idea de heterogeneidad como
característica significativa de las urbes modernas, correcta a nuestro
entender, es un punto importante en la partida de la comprensión del sistema
ciudad, y que Wirth ya lo definía en la década de 1930.
El
particularidad es que en aquel tiempo el antropólogo se encontraba viajando por
el mundo, rescatando los vestigios de las “sociedades primitivas”, claramente
distintas a las ciudades de la modernidad. En eso no había problemas y desde la
escuela de Chicago no se considerada al etnógrafo como un articulador de saber
urbanístico. Pero cuando las ciudades se complementaron con migraciones, y a la
vez el desgaste de las prácticas de campo en lugares inasequibles, en comunidades
cada vez más interconectadas, el etnógrafo encontró que los fenómenos que
observaba en el ultramar las podrían
identificar en el barrio de inmigrantes al otro lado del río de la ciudad. Pero
de la Pradelle plantea que esta pretensión es menos que
irrelevante en la medida en que se separe de modo artificial las relacionen
sociales de las contextos geográficos.
“Ya que a menudo los antropólogos permanecen
en búsqueda de una totalidad … los lugares urbanos que mejor se prestan a su
práctica de la observación directa, como una caja de escalera… les parecen
también como si fueran objetos incompletos, y por lo tanto, insatisfactorios:
…cada uno no es más que uno de los múltiples momentos en los que los actores se
encuentran sucesivamente implicados en su vida cotidiana…”
Los
constructos metodológicos que seccionan de este modo el fenómeno de la ciudad,
y que instala en esa unidad un esfuerzo que permita entender la totalidad,
según de la Pradelle simplemente son inconducentes, por cuanto la conexión
entre distintos niveles del sistema se da justamente por el tránsito entre
componente de la ciudad. El esfuerzo de observación debe estar, por lo tanto,
en la relación social más que en la mirada de un segmento territorial.