El film de una vida

Como una de esas desprejuiciadas películas sicológicas francesas, también se puede referir a las obras de Berman, donde el personaje masculino tiene fijaciones que corrompen la carne y destruyen el alma, Eduardo terminé la escena final, donde la mujer se va destruida pero decidida a no volver atrás.
Cuando llega The End deja el vacío, no hay música de fondo, no hay crédito, ni agradecimientos, simplemente silencio.
La vida una película sin nada que agregar, se ha acabado y no hay segunda parte, a quién puede interesarle continuar viendo el descalabro si ya el fondo es el infierno, no se puede bajar más que el estado de vacío, la ausencia de actos tiernos, la carencia de palabras comprensivas.
Eduardo contempló la habitación, intentó ver el mundo desde el sitial donde se encontraba balbuciendo un último: no me dejes. Pero nada, solo la el silencio.
En otro tiempo fue distinto, es decir, hace muchos años atrás, muchas películas antes, él era un paladín de film romántico, quien generalmente quedaba solo por faltas del destino, porque la existencia es pesada la misma dureza de la vida que tantas veces le había hecho perder perspectiva.
En algún momento se transformó en una especie de ogro, la encarnación de todos los triunfos: la compañía de muchas mujeres pero siempre desde la distancia, no hay compromiso que puede remediar la costumbre.
Pero llegó ella, el personaje que desequilibra el relato, genera el clímax, pero también cataliza el conflicto pues obliga a hacer evidente la burbuja ocasional en la que se encuentra Eduardo, el personaje del film.
En el dilema, íntimo,  él hace un amago de cambio, de redimir el camino torcido de la soledad para intentar construir algo pero el impulso no le alcanza.
Ya es demasiado tarde y en la conclusión del relato él está desencajado, pero ella sufre el mayor de los dolores: traición y desamor.
Eduardo piensa en estas cosas cuando ella ya ha partido y solo escucha su propia respiración.

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