Sobre Vida Maestra (1)
Siempre hay un principio, en las historias, en los amores, en la vida de las personas. Y para muchos de los que leen esta crónica, pudo ser una coincidencia, es decir, algo que se topó en nuestro camino y nos unió indefinidamente. En todo caso, y para tranquilidad de los que aspiran a la mirada mágica de las cosas –grupo de sujetos a los que tiendo a adherir- las coincidencias no existen para lugares donde lo azaroso y misterioso se nutren y forman espacios como la “Maestra Vida”.
Recuerdo que sólo en una ocasión posé mi humanidad anteriormente a aquella noche de octubre de 2000 en que comencé a vivir en esta coordenada, y han pasado los años y me fui quedando, suspendido en el umbral de este mundo, contando caras, descifrando almas, escuchando sombras que se mueven al ritmo de una música que viene de otro lugar, desde el interior.
Pensé que me quedaría por un momento, estaría en tránsito, y ese destino no azaroso me ató a la estructura ferrosa y desdibujada de la entrada a este mundo, una especie de guardián sostenido en el umbral, sin ser del mundo exterior, del mundo interior.
Cuando llegué me sorprendía la cantidad de perfiles que se asomaban por la reja de acero fundido, en una reminiscencia de esos ascensores que transportan a lo alto, a las nubes –el paraíso de cada sujeto-, o te arrastran a las profundidades del averno. Ese sería mi limbo, el espacio de tránsito que serviría al visitante como última advertencia antes de internarse en los oscuros rincones, pasillos en que se pierde o se gana, y es ese verso de la obra de Rubén Blades que le da nombre al lugar: “Maestra Vida camará, te da te quita, te quita y te da…”. A cuántos les ha dado, a cuántos les ha quitado.
Este año cumple 20 aniversarios.
UNO. Como historia que mezcla realidad y mito, un relato que se repite de manera diferente, de boca en boca, que mezcla acontecimientos y hechos que hacen un todo más o menos armónico, consistente y suficiente para los requirentes de una explicación.
Y cual árbol que de temporada en temporada va madurando y dejando caer sus hojas ya marchitas, la Maestra acoge nuevos sujetos que buscan algo, nunca es la simple distracción, y -podrán decir- que sólo es el espacio hedonista y circunstancial, un accidente en el camino, pero todos en el fondo buscan algo. Compañía, distracción, liberación: perdón, camino al definitivo abismo, o placer, mucho placer.
Si te paras en la esquina de las calles que dan a la intersección, cual codo de río serpenteante, cierras los ojos, podrás sentir el impulso único, el llamado primitivo, el aliento sorpresivo que te exige cruzar la barrera de este mundo. No encontrarás silencio, un bullicio desordenado, sin un aparente sentido, construido en los cimientos de un sistema vivo que bulle desde las paredes bosquejada de señales que dicen del primer impulso humano, más que la razón explícita, una primaria certeza de sobrevivencia, remecido de todos los códigos de comportamiento en la gran caverna donde se encuentran hembras y machos emulando movimientos de apareamiento, en gestos de agregación de sujetos que en sociedad se comportan de manera medida. Pero se ve que ese comportamiento tiene el límite del pudor borrado por el calor, el sudor y la ayuda de algún brebaje que aporta al desgaste de la frontera de lo convencional. La música es la verdadera circunstancia, una excusa para el encuentro de mundos que de otra forma no se toparían, hombres que realizan actividades que de otra manera no convergerían con mujeres de dimensiones oscilantes, y viceversa; cesantes –alguno que consigue ahorrar quitando comida a su cuerpo- bailando con una exitosa funcionaria; un ejecutivo se mezcla con una estudiante de arte; un sonámbulo que busca escapar de su pesadilla con una destrozada mujer de amor no correspondido. Las combinaciones son infinitas y se dan de tal forma que todo funciona, en una clave secreta de respeto –aunque no han faltado los que rompen el equilibrio.
Recuerdo que sólo en una ocasión posé mi humanidad anteriormente a aquella noche de octubre de 2000 en que comencé a vivir en esta coordenada, y han pasado los años y me fui quedando, suspendido en el umbral de este mundo, contando caras, descifrando almas, escuchando sombras que se mueven al ritmo de una música que viene de otro lugar, desde el interior.
Pensé que me quedaría por un momento, estaría en tránsito, y ese destino no azaroso me ató a la estructura ferrosa y desdibujada de la entrada a este mundo, una especie de guardián sostenido en el umbral, sin ser del mundo exterior, del mundo interior.
Cuando llegué me sorprendía la cantidad de perfiles que se asomaban por la reja de acero fundido, en una reminiscencia de esos ascensores que transportan a lo alto, a las nubes –el paraíso de cada sujeto-, o te arrastran a las profundidades del averno. Ese sería mi limbo, el espacio de tránsito que serviría al visitante como última advertencia antes de internarse en los oscuros rincones, pasillos en que se pierde o se gana, y es ese verso de la obra de Rubén Blades que le da nombre al lugar: “Maestra Vida camará, te da te quita, te quita y te da…”. A cuántos les ha dado, a cuántos les ha quitado.
Este año cumple 20 aniversarios.
UNO. Como historia que mezcla realidad y mito, un relato que se repite de manera diferente, de boca en boca, que mezcla acontecimientos y hechos que hacen un todo más o menos armónico, consistente y suficiente para los requirentes de una explicación.
Y cual árbol que de temporada en temporada va madurando y dejando caer sus hojas ya marchitas, la Maestra acoge nuevos sujetos que buscan algo, nunca es la simple distracción, y -podrán decir- que sólo es el espacio hedonista y circunstancial, un accidente en el camino, pero todos en el fondo buscan algo. Compañía, distracción, liberación: perdón, camino al definitivo abismo, o placer, mucho placer.
Si te paras en la esquina de las calles que dan a la intersección, cual codo de río serpenteante, cierras los ojos, podrás sentir el impulso único, el llamado primitivo, el aliento sorpresivo que te exige cruzar la barrera de este mundo. No encontrarás silencio, un bullicio desordenado, sin un aparente sentido, construido en los cimientos de un sistema vivo que bulle desde las paredes bosquejada de señales que dicen del primer impulso humano, más que la razón explícita, una primaria certeza de sobrevivencia, remecido de todos los códigos de comportamiento en la gran caverna donde se encuentran hembras y machos emulando movimientos de apareamiento, en gestos de agregación de sujetos que en sociedad se comportan de manera medida. Pero se ve que ese comportamiento tiene el límite del pudor borrado por el calor, el sudor y la ayuda de algún brebaje que aporta al desgaste de la frontera de lo convencional. La música es la verdadera circunstancia, una excusa para el encuentro de mundos que de otra forma no se toparían, hombres que realizan actividades que de otra manera no convergerían con mujeres de dimensiones oscilantes, y viceversa; cesantes –alguno que consigue ahorrar quitando comida a su cuerpo- bailando con una exitosa funcionaria; un ejecutivo se mezcla con una estudiante de arte; un sonámbulo que busca escapar de su pesadilla con una destrozada mujer de amor no correspondido. Las combinaciones son infinitas y se dan de tal forma que todo funciona, en una clave secreta de respeto –aunque no han faltado los que rompen el equilibrio.
(continúa)
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